En ocasiones no sólo la verdura o el pescado representan un problema a la hora de sentar a tus hijos a la mesa. Algunos niños se niegan a tomar alimentos sólidos, sobre todo en el paso del biberón a la papilla o de ésta a la comida normal; no quieren determinados alimentos o comen muy poco e incluso algunos se niegan a probar bocado si lo tienen que hacer solos o sentados. En todos estos casos, lo primero es determinar que se está realmente ante un problema y después actuar.
Generalmente, son los padres los que transmiten a sus hijos qué alimentos son buenos y cuáles no tan buenos, cuáles pueden tener un mejor o peor sabor, el momento en que se come y el que no o las cantidades que se consideran adecuadas. Pero no todos los niños asimilan estas pautas como debieran. Hay tres consejos que no se deben olvidar si esto ocurre:
- Enseña a tu hijo a comer de todo e intenta que, poco a poco, vaya aceptando nuevos alimentos y sabores.
- No utilices nunca la comida como premio ni como castigo.
- No conviertas el momento de las comidas en un campo de batalla. Recuerda que obligando a tu hijo a comer lo único que vas a lograr es hacer que el niño asocie ese hecho con algo desagradable y que siga rechazando el alimento en siguientes ocasiones.
Antes de alarmarse, hay que tener presente que una enfermedad, la sobreexcitación, el cansancio y el sueño o los cambios en la rutina diaria pueden hacer que los niños pierdan el apetito. Por eso, los expertos aconsejan observar bien la conducta del niño antes de determinar si estamos ante un problema de alimentación o no: qué es exactamente lo que hace, qué hacen las personas que están alrededor, la frecuencia con la que se dan los problemas a la hora de comer, cuánto duran, cuánto tarda el niño en comer, cómo lo hace, qué alimentos le gustan y cuáles no, etc. Todo ello nos será muy útil a la hora de corregir ciertos hábitos, consultando siempre cualquier duda con el pediatra.
Pequeños trucos
- Elige para empezar una comida en la que puedas dedicar todo el tiempo a tu hijo, sin prisas.
- Refuerza cada uno de sus intentos con elogios, caricias, etc. y retírale la atención en el momento en que se niegue a comer.
- Cuando quieras que el niño tome alimentos sólidos, empieza por aquellos que más le gusten y respeta las horas de las comidas, sin darle nada entre ellas.
- Si tu hijo rechaza ciertos alimentos, combínalos con otros que enmascaren su sabor o cada cierta cantidad de ese alimento acompáñala de otro que sí le guste.
- Para aumentar la cantidad de comida empieza, como siempre, por la que más le guste, para, progresivamente, ir aumentándola a todas las comidas del día. Respeta siempre las horas y no añadas ninguna comida más, aunque consideres que el niño ha comido poco.
- En todos los casos, consulta a su pediatra si hay algún problema en que el niño no coma todo lo que debiera en una comida. Si no lo hay, pasado un tiempo prudencial, retírale la comida y no vuelvas a darle nada hasta la siguiente.
- Emplea este mismo sistema para ir introduciéndole otros alimentos y en otros momentos del día, dejando siempre para el final los que menos le gusten o las comidas en las que dispongas de menos tiempo para dedicarle.
- Si tu hijo aún no come solo, ayúdale con los cubiertos y a llevárselo a la boca. Una vez que el pequeño lo haya aprendido, el siguiente paso es que él solo coja el alimento.
- Refuerza cada intento del niño y no hagas comentario alguno si se niega a hacerlo solo. Como siempre, pasado un tiempo lógico, retírale la comida, pero nunca se la des tú.
- Conseguir que tu hijo no vaya de un lado a otro mientras come será más fácil si no le das nada entre horas y si respetas un horario y un lugar más o menos fijo de comidas. Será muy útil que el niño se siente a la mesa con el resto de la familia, no utilizar ningún juego mientras come ni ningún sustituto de comida si se niega a permanecer sentado.
Que los niños aprendan a comer correctamente es fundamental para su propio crecimiento y rendimiento, para evitar posibles trastornos de la alimentación que puedan ser graves (anorexia, bulimia, obesidad) y, en definitiva, para que, en el futuro, tengan una calidad de vida mejor. No hay que olvidar que los hábitos que se adquieren de niño difícilmente se cambian después.
Fuente : www.mujeractual.com